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La reliquia de Santa Columba de la Iglesia de San Juan... el secreto mejor guardado (2)

Reliquia de Santa Columba. Sacristía de la Iglesia de San Juan de Guardo. Hueso incorrupto del antebrazo de la Santa, protegido entre algodones
"Hermosísima y nobilísima, espejo y norma de santidad para todos los cordobeses..."

Así de tajante se expresaba San Eulogio cuando se refería a la noble y joven Columba. Santa de Dios de gran vocación cristiana. Descendiente de una importante familia patricia, acomodada y poderosa en tierras y patrimonio asentada en Córdoba desde tiempos inmemorables, incluso antes de la subyugación árabe sobre la emblemática ciudad Andaluza.

Columba nació, vivió y murió en Córdoba, en épocas en la que la ciudad estaba bajo el domino musulmán,  más concretamente, en los años del segundo cuarto de la novena centuria. Según cuentan los textos de San Eulogio, eran años difíciles para el catolicismo. Procesar la religión cristiana era todo un acto de heroísmo. Los musulmanes, en un afán de querer mostrar un aparente aperturismo sobre el resto de culturas y religiones de la ciudad -excepto las paganas-, principalmente sobre la judía y la cristiana, a cuyos miembros no se les perseguía, permitiéndoles procesar el credo, aunque exclusivamente en los templos destinado a dicha causa, previo pago de una tasa o impuesto... claro está.

Aun así, el califato vigente primaba la islamización de la sociedad, para ello, promulgaba leyes que prohibían predicar el credo cristiano fuera de los templos e imposibilitaban el acceso de estos a cargos públicos. Promulgaban leyes que obligaba a los cristianos a tener que reverenciar a cualquier musulmán que se encontrasen a su paso. San Eulogio cuenta en sus textos los numerosos actos vejatorios, apedreamientos e insultos que recibían los cristianos, incluso por cuenta de los niños. En todas las ocasiones, ante la denuncia de estos hechos, eran considerados por el Cadí (juez) como cosa de juegos infantiles. Otras leyes contenían un cariz mucho más dramático, por ejemplo, la que consideraba una blasfemia cuestionar el Corán, renegar del Islam o promulgar la renuncia a su Profeta, hechos que eran castigados con la muerte. Estas y otras reglas, emitidas por los Emires, consiguieron que gran parte de los cristianos renegasen de su fe, convirtiéndose al Islam por miedo a la persecución musulmana. Pero hay que decir que dicha subyugación también provocó un efecto completamente opuesto al pretendido; como ejemplo, el de los llamados "Santos Mártires de Cordoba". En este sentido, muchos clérigos, y también más de un seglar, acogieron para sí mismos un movimiento martirial sin igual en la historia conocida y que acabó con la vida de casi un centenar de mártires cordobeses.

Columba era una mujer joven y muy hermosa, profundamente deseada por el prefecto del consejo ciudadano de la ciudad, pero su convencida decisión de entregarse a Dios casi desde la niñez, forjó en la joven cordobesa una incipiente vocación religiosa que la llevó a procesar una vida de plena dedicación a los demás, en misericordia, caridad, humildad, sencillez y castidad. Fueron precisamente las enseñanzas promulgados por San Eulogio, al que la joven seguía fervientemente, las que forjaron el carácter de Columba. San Eulogio era hombre de gran sabiduría y experto en el conocimiento de las Sagradas Escrituras. Dedicó gran parte de su vida a la vida pastoral en los monasterios de la provincia de Córdoba. El monasterio de Tábanos fue uno de sus lugares predilectos, en él impartía sus profusas enseñanzas. Este religioso cordobés, junto con San Isaac y otros tantos mártires de la época, hartos de las disposiciones moras, eligieron morir mártires antes que vivir indignamente y ser obligados a rechazar a Dios; consolidando, así, como dogma de fe, el movimiento martirial cordobés.

Dicho magisterio impregnó en Columba una fuerte vocación cristiana. A su vez, curiosamente unos años antes, la fe cristiana también había prendido intensamente en parte de sus familiares más próximos; entre estos, en algunos de sus hermanos y cuñados. Algunos de los miembros de su familia fueron los fundadores del monasterio cordobés de Tábanos, convento de carácter dúplice, dedicado a la oración de hombres y mujeres. Dicho convento estaba ubicado a unas dos leguas al norte de la ciudad, parece ser, según algunos expertos, enmarcado en un bello paraje de la incipiente sierra cordobesa. Pero la oposición de parte de su familia, rota y dividida por los acontecimientos acaecidos por causa de la islamización de algunas familias hispano-romanas; y sobre todo su madre, mujer de endeble consistencia cristiana que nunca pudo entender como algunos de sus hijos podían renunciar a sus privilegios para entregarse a una vida en pobreza, humildad y carente de necesidades opulentas, hizo que la joven huyera de su acomodada casa familiar para refugiarse, entregándose definitivamente a Dios, en el monasterio Tabanense, lugar de acogida de gran parte de los mártires andaluces que fueron victimas de los moros. 


Previamente su madre había intentado, sin ningún éxito y con la férrea oposición de Columba, la conversión de esta y así poder desposarla con el prefecto del poderoso consejo de la ciudad, que estaba obsesivamente prendada de ella. La obcecación materna era emparentar con el alto mandatario de la Córdoba de aquellos tiempos, aunque esto requiriese de renunciar al credo cristiano de las familias de origen hispano-romano. Los hombres de la ciudad veían en Columba una belleza sin igual, reflejaba en la pureza de su nombre: Paloma, y una exquisita similitud a la hermosura y fragancia de los floridos jardines que inundaban la ciudad cordobesa; pero estos amoríos de primavera eran rechazados continuamente por la bella Columba. Su convencida oposición a entregarse a ninguno de estos, terminó ocasionando verdaderos problemas de convivencia en el entorno familiar, siendo el motivo determinante de su precipitada huida al dúplice monasterio de la sierra cordobesa. Una vez en el cenobio, su hermano Martín, abad del monasterio Tabanense, la encomendó junto a su hermana Isabel, la superiora de las monjas, regir los destinos del recinto eclesiástico en la zona destinada a las religiosas. Se convirtió en una rectora ejemplar, entregada por completo a los demás y a las tareas diarias del convento, aunque la condición mixta del recinto monacal... provocaba algunos problemas de convivencia. Las tentaciones que la rodeaban y los momentos de debilidad arreciaban contra su voluntad, aunque nunca doblegaron su enorme fervor y devoción hacia Dios. Columba exigía para sí, el mismo fervor que para el resto de las religiosas del convento. San Eulogio, que había convertido a dicha monja en una de sus más predilectas discípulas, dijo de ella: “Columba es perfecta en la castidad, firme en la caridad, constante en la oración, pronta en obedecer, propensa a la misericordia, fácil en el perdonar, pronta a la enseñanza, dispuesta a enseñar”. 

Corría el año 850 cuando la muerte sorprendió a su hermana Isabel, la abadesa. Fue entonces, coincidiendo con los momento más duros de la persecución musulmana contra los cristianos, cuando Columba fue nombrada nueva priora. La temprana e inesperada muerte de su hermana hizo que Columba cayera en una grave depresión, aunque este estado no impidió que rigiera acertadamente los destinos del monasterio, en tan convulsos momentos; es más, acrecentó su fervor hacia Dios, entrega en misericordia y caridad a sus semejantes. Fueron momentos en los que Columba buscó la perfección cristiana y la divinidad espiritual con su entrega a la oración, practicando una férrea doctrina sobre ella misma y, por extensión, sobre el resto de las religiosas del convento. Tres años después de la muerte de su hermana Isabel, llegaron momentos de enorme turbación en la ciudad, Córdoba se sumió en el caos. Los moros arreciaron la persecución contra los cristianos que no aceptaban la conversión y comenzaron a hostigar cruelmente los templos. El monasterio tabanense no se libró de ello.

Santa Columba de Córdoba. Wikipedia
Finalizaba el caluroso verano del año 853. Las monjas se entregaban sin descanso a su tarea diaria de atención a los necesitados, a los cuidados de la huerta y a la elaboración de exquisitos productos alimentarios puramente artesanales. A la vista de la llegada de los primeros fríos de la sierra, comenzaron a almacenar leña para pasar el crudo invierno. Esa era parte de la rutina amable del día a día, el resto no lo era tanto. Entre oración y oración se dedicaban a interceder ante Dios por el alma de los ejecutados en martirio. Desde el monasterio, cada noche, los clérigos se convertían en testigos de excepción de los incendios que se producían en la ciudad. El negro humo se elevaba sobre sus cielos, era tan intenso que se divisaba desde el recinto eclesiástico. La inquietud y el miedo encogían su espíritu, martirizaba su día a día. Conscientes de la tragedia que se estaba produciendo, solo podían rezar y ofrecer refugio y alimento a los que llegaban al lugar huyendo de la ciudad. Ante tanta infamia, sabían que el día señalado llegaría, más pronto que tarde. Eran conscientes que el Emir planeaba asediar el monasterio.

Columba, después de una dramática noche de asedio, huyó a la ciudad junto algunas de las hermanas. En su huida aún pudieron escuchar los gritos desgarrados, entremezclados de oración y lamento, que prevenían del monasterio. Las penurias de la noche no aminoraron su ánimo. A las puertas de la ciudad decidieron separarse, pensaron que sería más fácil zafarse de los musulmanes. Solo la hermana Digna siguió con ella. A media noche, sorteando las férreas guardias moriscas, lograron refugiarse en lo que quedaba de su antigua casa. Esta había sido consumida por las llamas, y las huestes moras habían dado muerte a sus moradores. El hedor era insoportable; la destrucción y el saqueo de sus antiguas propiedades era total. Los cuerpos yacían en el suelo entre llamas y desolación. Ante la vista de los cadáveres de sus padres, Columba les otorgó la bendición y encomendó sus almas al Señor. Rezó en silencio, quiso expiar por ellos sus pecados. Con la ayuda de la hermana Digna resguardó los cadáveres en un lugar seguro en donde poder ocultarlos para ofrecerles cristiana sepultura en un mejor momento. El crepúsculo se convirtió en dolor y llanto. Refugiadas en lo que quedaba de los establos de lo que fuera su antigua casa, ambas hermanas se abrazaron. Se miraron fijamente, presentían que el final se acercaba. Columba la susurró al oído, convino a Digna a separarse, sería más fácil ocultarse y pasar desapercibidas ante los moros, la argumentó. Se despidieron emotivamente, llegó el momento de su separación... tal vez para siempre... o no, solo Dios dispondrá, masculló Columba entre los sollozos de ambas. Pero poco después de su separación, Digna se entregó al Emir, y siguiendo el destino de los religiosos martirizados, decidió seguir el camino marcado por estos y ofrecerse ante el Cadí con la única arma que poseía, su propia fe. Plenamente convencida de su acto, y altiva ante el tribunal pero llena de irradiante humildad, miró al cielo, alzando su voz, proclamó: "Prefiero morir en Él, antes que vivir una vida indigna sin mi Dios, único y salvador". Murió mártir, acusada de blasfemia por el tribunal musulmán.

Al amanecer, consciente del destino de algunos clérigos del monasterio, Columba decidió presentarse en palacio, ante el Cadí. Recordó las palabras de su precursor San Eulogio: "La vida sin Dios es una travesía en el desierto hacía ninguna parte". Cruzó rauda la zona cristiana de la ciudad, algunas casas ardían entre llamas y se escuchaban los gemidos y lamentos de sus moradores. A su encuentro, ya en palacio, se arrodilló de espaldas al tribunal, con los brazos en cruz. Este la convino a que hablara mientras el resto de miembros del consejo la acusaban de blasfema. El Cadí impuso orden y la sugirió la conversión. Columba hizo caso omiso, fijó su mirada en el cielo, y con voz firme y poderosa, mientras elevaba sus brazos buscando en su encuentro al Altísimo, exigió al Emir que detuviera aquella locura de muerte y persecución, a la par que encomendaba a los presentes "a alabar al Señor Nuestro Dios, Padre de Todos Nosotros Divino y Único".  ¡Blasfemia!, gritó el Precepto. ¡Es una blasfema, se burla de nosotros! ¿A caso no la escucháis? Insistió. El Cadí asintió. El Emir, visiblemente enojado, desenfundó y empuño su espada, se dirigió furioso hacia ella, en ese momento, Columba entonó con dulce y armoniosa voz su última plegaria en vida: "Ábreme, Señor, las puertas de tu gloria para que vuelva a aquélla patria donde no existe la muerte, donde la dulzura del gozo es perpetua". Su cabeza cayó decapitada a los pies de su verdugo sin derramar ni una gota de sangre. Ante aquel extraordinario hecho, el Emir, retirando su atónita mirada del yaciente cuerpo de Columba y de espaldas al cadaver, ordenó: "Que sea despojada de todo sus bienes y prendas, que desaparezca todo rastro de su familia y sus pertenencias sean repartidas. Que su cuerpo sea troceado, ensacado y lanzado al río, que se pudra en lo más profundo de sus aguas y que nunca más en este palacio su nombre sea pronunciado". Como ordenó el Emir, así fue y así  se cumplió aquel 17 de septiembre del 853.

Ermita del Santo Cristo del Amparo. Guardo
Muchos años más tarde...

Aquel monje, que unos meses antes había tomado camino desde las lejanas tierras del sur, al encuentro de los cruceros del norte, llegó exhausto a la posada. Muchas leguas atrás, había advertido en la lejanía las impresionantes cumbres que coronaban la extensa llanura. Las gentes que encontraba en su camino le hablaban de un hermoso y enigmático lugar al final de la ruta. Era la entrada natural a los impresionantes colosos que a la vista y durante largas jornadas, le acompañaban desde la lejanía. Recordaba aún, como amablemente sus extemporáneos compañeros de viaje le habían contado que allí, en el inicio de las altas cumbres, encontraría digna morada. No lo dudó un instante, tal vez encontraría algo más... pues le rondaba una extraña corazonada.


A su llegada, despojó el equipaje y dio gracias a Dios ante el santo templo. El lugar no le defraudó. Poderosamente atraído por la imponente espadaña de la ermita, se reclinó ante ella, seguidamente se abrazó al crucero que presidia la entrada del templo. Alzó sus ojos al cielo, se encomendó a Dios para seguidamente extender su mano y santiguarse. recorrió el contorno de la ermita y cuando la vista se lo permitió, contempló en el horizonte el perfil del impresionante coloso que se alzaba entre las montañas, un manto blanco de nieve coronaba la árida y escarpada montaña. A su vez, imponía su soberbia figura sobre valles y montes de parajes aledaños. Nada más cruzar el portón de la corralada, salió a su encuentro el posadero. Inmediatamente, el monje, no sin antes saludarle gentilmente, le preguntó si era el dueño de la casa y si le podía ofrecer hospedaje. La respuesta fue afirmativa. El monje, visiblemente congratulado, le volvió a interrogar, esta vez interesándose por el nombre del idílico paraje que se dejaba entrever desde tan extraordinario lugar. 

En la vista de nuestro monje. FotoCueto
- Inmensos valles, eternos senderos, bellos montes que acogen centenarios robles. Caudalosas aguas, que discurren por sinuosos caminos, salvando quebradas cascadas. Altas cumbres teñidas del más puro blanco manto que, junto a enormes paredes de rocas infranqueables, acompañan al andante en el arduo camino que va en busca de la redención. Este es lugar de parada y morada, destino y cruce de cañada real. Descanso merecido de bizarros pastores, que conducen interminables rebaños en busca de pasto, allá, en los altos y ubérrimos valles, más al norte. Paso de andantes, cruceros que viven en lugares increíbles y que van al cobijo de otras tierras de Paz, procedentes de otras montañas más lejanas, a varias decenas de leguas de aquí. Unos cuentan que vienen de un lugar, acorralado por inmensas aguas, donde no se avista el final del río, pero dicen que dicho agua no se puede beber. Otros aseveran que moran al pie de altas cumbres, infinitas, siempre recubiertas de nieve, se divisan perennes en la lejanía. Pero todos van en busca de un camino santo, más al sur, a dos o tres días de aquí; al encuentro de solitarios andantes de dicho camino de paz, en busca del Santo, hacia tierras en donde limita el mundo. Le contestó emocionado el posadero.

El monje sonrió con gesto de satisfacción ante la respuesta del amable posadero; este le invitaba adentrarse en los que ya serían sus nuevos aposentos.

- Quién mora en estas buenas tierras, posadero. Cómo dícese llamarse el lugar. Intervino el monje.

- Esta es aldea de gentiles hombres y laboriosas mujeres, que con esfuerzo y dedicación labran las duras y difíciles tierras valle abajo, aunque siempre esperanzados, convierten el sudor de su frente en naciente siembra. Alfareros, canteros, carpinteros, pastores, labradores, ganaderos, modestos todos. Moran humildes lares y atienden diligentes sus labores. Gentes que sacian su sed de las cristalinas aguas vertidas desde rocas próximas, a la vera del río que nace en fuentes altas. Río llegado como regato dócil, entregado y sumiso en las manos del hombre, pero furio si no le agradas. Fuente de vida en su mezcla en tierra, arcilla, barro y paja. El nombre del lugar... me preguntasteis ¿no? Bucardum, donde nacen las alturas. Respondió amablemente el posadero.

- ¿Y qué es lo que os trae por aquí, hermano? Apostilló este.

- Voy en busca de un lugar. Una tierra especial con marcado carácter espiritual, trabajadora, santa... mágica. Lugar donde moren humildes gentes, fervientes devotos, esforzados en su trabajo diario. Lugar fértil donde los haya, santificado por el esfuerzo de sus lugareños y donde las aguas de su río impregnen un nuevo germen de vida. Busco un sitio adecuado para el reposo eterno del legado que, Él, me ha encomendado... creo que lo he encontrado.

- ¿Y se puede saber cuál es tan importante legado al que os referís? Preguntó el amable posadero al enigmático y ya amigo viajero.

El monje extrajo cuidadosamente de su zurrón "la custodia" que portaba. Era un cofre de pequeñas dimensiones, acristalado y tallado sobre bella madera, sellado a plomo. En su interior, aún se podía observar algo envuelto entre algodones. El posadero, muy cariacontecido, no salía de su asombro y constantemente le requería una respuesta, pero no logró la respuesta de su interlocutor. El monje le indicó que le acompañara hasta la aldea. Surcaron la campa, sendero abajo, la naturaleza se abría paso mostrando los mejores brotes del año. A mitad de camino, entre la aldea y la posada y ya a pocos pasos de esta, divisaron completamente la extensa vega. hacia el poniente, el coloso emergía entre dos peñas, que embocaban el paso del río, y al frente, en el naciente, sobre un pequeño cerro, presidiendo la aldea y elevándose majestuosamente sobre el caserío, se divisaba la iglesia. A la vista de esta, el monje elevó el cofre al cielo buscando la perpendicularidad con esta y con voz firme e impetuosa, clamó a los cielos:

- Este es el cuerpo incorrupto de una joven monja, virgen y mártir, santa ya para siempre. Subió a los cielos en paz con Dios y en favor de sus semejantes. Murió decapitada a manos del Emir de Córdoba cuando invocaba a los infieles la única y verdadera Ley, la Ley de nuestro Dios, Nuestro Padre. Fue brutalmente mutilada y arrojados sus restos al río Guadalquivir. Fueron rescatados, incorruptos, de las aguas por sus santas hermanas. Es la reliquia de Santa Columba, a quien ahora deberéis venerar. Dispongo que las tierras de esta vega se honren en su nombre, y el templo, que nuestros ojos ahora divisan, sea lugar de reposo eterno. Desde hoy y en los siglos venideros, este será vuestro auténtico legado.

Esta es una historia llena de ficción... ¿tal vez basada en hechos reales? Quién sabe...

Autor: Eduardo Gutiérrez Pérez

#Palencia, un gran museo al aire libre.




Calle La Iglesia
ViewsIglesia de San Juan de Eduardo Gutiérrez Pérez. Visita virtual del interior de la iglesia en 360º, girar la imagen con el ratón

Views: Mirador de Guardo. Oficina de Turismo de Eduardo Gutiérrez Pérez Visita virtual en 360º,  ¿Es lo qué vio nuestro monje? Girar la imagen con el ratón

Fotografías propias previamente retocadas
Mi blog de fotografía: 

Fuentes consultadas:
- http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/25079/1/martires2.pdf
- http://www.geocities.ws/misa_tridentina01/se/17d.html
- http://profesorjuanra.blogspot.com.es/2012/09/columba-de-cordoba-santa.html
- https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Eulogio_de_C%C3%B3rdoba.htm
- http://costaleroscalvariocordoba.blogspot.com.es/2012/06/los-santos-martires-de-cordoba-i.html#.VJ9Gc14AAA

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