Hay un lugar en la tierra... en donde Dios quedó atrapado entre sus piedras. Un lugar en el que cada sillar es un todo maravilloso y su conjunto es la simetría perfecta encarnada en belleza. En dicho lugar, el maestro cantero planificó su excepcional labra sobre el canto en bruto emergido de las entrañas de la tierra. Con mano experta, el hombre de la época convertía la dura roca... en perfectas galerías, que entrañan luz y divinidad entre sus arquerías al paso de las profesas. Solo alguien enormemente devoto y fervoroso es capaz de expresar en piedra tanta belleza. Sí, es verdad, exenta de la iconografía más propia de los tiempos.
El amante de la simbología mitológica aquí no encontrará ni dragones, ni arpías, ni leones, ni seres del inframundo, ni tampoco mujeres ni hombres... en posiciones que simbolizan el origen de la vida, ni en aquellas que alegorizan sus más ocultos deseos. Pero aun así, es de talla magistral... repleta de simbología alegórica a la siempre madre y viva naturaleza dada forma con mano prodigiosa y enlazando entre sí cada una de sus piedras, como si se tratase de seda. Un lugar en esta tierra... la nuestra, que transcribe sin apelar al poeta sus brillantes palabras, robándole el mérito de su musa, cuan ladrón proscrito de letras poéticas.
El amante de la simbología mitológica aquí no encontrará ni dragones, ni arpías, ni leones, ni seres del inframundo, ni tampoco mujeres ni hombres... en posiciones que simbolizan el origen de la vida, ni en aquellas que alegorizan sus más ocultos deseos. Pero aun así, es de talla magistral... repleta de simbología alegórica a la siempre madre y viva naturaleza dada forma con mano prodigiosa y enlazando entre sí cada una de sus piedras, como si se tratase de seda. Un lugar en esta tierra... la nuestra, que transcribe sin apelar al poeta sus brillantes palabras, robándole el mérito de su musa, cuan ladrón proscrito de letras poéticas.
San Andrés de Arroyo pertenece al Ayuntamiento de Santibañez de Ecla. Es el más brillante vértice de un prodigioso triángulo patrimonial cuyos excelsos lados son Moarves, Olmos y el propio Santibañez. El monasterio lo encontraremos justo en la intersección de la carretera provincial P-222, que da acceso al casco urbano de este emblemático pueblo de la comarca de la Ojeda. El convento está situado en un lugar privilegiado. Un lugar donde el silencio y el acogimiento ha hecho un pacto con el tiempo... todo está paralizado en él... todo está intacto, como si las musas del arquitecto hubieran aletargado en sus espacios.
San Andrés de Arroyo no es una simple iglesia al típico estilo románico rural palentino. Es para los más sentimentales el cobijo ausente de los sueños y pasiones del maestro cantero. Es un conjunto monástico regentado por monjas bernardas, en donde no falta ni un solo detalle necesario para escribir con caligrafía experta todos y cada uno de los elementos artísticos, estructurales y ornamentales del tiempo del románico... y otros. La primera vez que visité la abadía de San Andrés no tuve la ocasión de contemplar el recinto en su totalidad, en dicha ocasión se quedó perdido en el fondo de mi mochila el excepcional claustro y la sala capitular, tuve que conformarme con disfrutar exclusivamente de la parte que las hermanas tienen abierta al público en general: la iglesia, que no es poco.
El cenobio en su conjunto en general lo encuentras exento de obras pictóricas, pero el gran estilismo de sus líneas y la excepcionalidad de su labra hace que este detalle pase totalmente desapercibido. Además, esta curiosa ausencia de frescos, consigue que la piedra reine con absoluto poder sobre el recinto, perpetuándose intramuros con su máximo esplendor. La abadía inicia su andadura en la segunda centuria del segundo milenio de nuestra era, de la mano de la condesa doña Mencía de Lara, hija de Lope Díaz I de Haro, señor de Vizcaya. Eran años portentosos en construcciones eclesiásticas. Habitualmente, dichos templos eran financiados, regentados y auspiciados por la realeza y la alta nobleza. En el caso palentino, son muchas las edificaciones clericales que van transformando sus vetustos templos a nuevas estructuras, fieles al estilo románico palentino. En dichos años, comienzan a salpicar toda la extensión provincial, surgiendo un movimiento artístico esplendoroso que transforma profundamente los templos en los posteriores años.
San Andrés de Arroyo no es una simple iglesia al típico estilo románico rural palentino. Es para los más sentimentales el cobijo ausente de los sueños y pasiones del maestro cantero. Es un conjunto monástico regentado por monjas bernardas, en donde no falta ni un solo detalle necesario para escribir con caligrafía experta todos y cada uno de los elementos artísticos, estructurales y ornamentales del tiempo del románico... y otros. La primera vez que visité la abadía de San Andrés no tuve la ocasión de contemplar el recinto en su totalidad, en dicha ocasión se quedó perdido en el fondo de mi mochila el excepcional claustro y la sala capitular, tuve que conformarme con disfrutar exclusivamente de la parte que las hermanas tienen abierta al público en general: la iglesia, que no es poco.
El cenobio en su conjunto en general lo encuentras exento de obras pictóricas, pero el gran estilismo de sus líneas y la excepcionalidad de su labra hace que este detalle pase totalmente desapercibido. Además, esta curiosa ausencia de frescos, consigue que la piedra reine con absoluto poder sobre el recinto, perpetuándose intramuros con su máximo esplendor. La abadía inicia su andadura en la segunda centuria del segundo milenio de nuestra era, de la mano de la condesa doña Mencía de Lara, hija de Lope Díaz I de Haro, señor de Vizcaya. Eran años portentosos en construcciones eclesiásticas. Habitualmente, dichos templos eran financiados, regentados y auspiciados por la realeza y la alta nobleza. En el caso palentino, son muchas las edificaciones clericales que van transformando sus vetustos templos a nuevas estructuras, fieles al estilo románico palentino. En dichos años, comienzan a salpicar toda la extensión provincial, surgiendo un movimiento artístico esplendoroso que transforma profundamente los templos en los posteriores años.
La entrada principal del monasterio ya nos aguarda impávida con la primera sorpresa. A la izquierda, un ancestral rollo de justicia invita a adentrarnos en el convento y revivir épocas tal vez algo más turbulentas. En el interior del patio, el románico empieza hacerse presente, aunque en este caso de épocas algo más tardías. En dicho lugar, lo más significativo es la espadaña que se eleva sobre la capilla situada a la vera del rollo justiciero y en la que su única tronera está huérfana de campana, pero no exenta de cámara de vigilancia.
El centro del recinto monacal es perfecto para girar en 360º grados y revivir de un plumazo las diferentes épocas y vidas pasadas a la vera de este excepcional monasterio. En cual-quier dirección existe un elemento arquitectónico para visualizar y disfrutar, pero aun así, es su interior el que guarda con celo los más brillan-tes recursos artísticos. Al frente, la iglesia, detalles del románico empiezan a enseñar su vitola. En el lateral norte luce un extraordinario pórtico con cuatro soberbios ventanales, revestidos de bellos capiteles y rectilíneas columnas, además de un soberbio hastial, que mira sin vergüenza al poniente, nos enseña su sobria y consistente construcción. La iglesia está armada en el tardo-románico, se empieza a notar la inspiración gótica en sus trazos, un hibridaje muy común en muchas de los edificios clericales de aquellos años. Su fábrica se alza en planta de cruz latina, aunque de difícil percepción para el inexperto a causa de los diferentes adosamientos.
Su cabecera es triabsidal. El ábside central es poligonal, consta de siete ventanales de simetría perfecta, que entregan al templo las primeras luces del día, en este aspecto se vuelve a definir la mano experta del arquitecto. La iglesia, lugar espiritual donde lo haya, está perfectamente conservada, sencilla, armoniosa en sus líneas, sobria... pero extremadamente bella. Ahora gira sobre tu eje, hacia la izquierda, y disfruta de la capilla llamada de los forasteros, otrora lugar de oración para el merecedero de justicia. En la misma línea de mirada encontrarás las antiguas estancias de la servidumbre. A la derecha, la comunidad actual de las hermanas y su despacho de repostería, todo un lujo para el deleite del paladar del buen visitante. Pero llegado a este punto y ante la grandiosidad de lo observado, solo cabe preguntarse: ¿dónde está el tan aclamado claustro y la tan apreciada sala capitular del convento? Para ello tienes que concretar la visita con las hermanas de la abadía. Gustosas te lo muestran, orgullosas de saber que la joya que custodian con verdadero celo... deja honda e inolvidable huella en el visitante.
La entrada a la sala capitular es soberbia. Se accede desde el claustro a través de la galería más oriental. Consta de un vano, libre de puerta, acompañado de cuatro ventanales en arco, sustentadas sobre un conjunto de columnas donde descansa la arquería entre bellos y perfectos capiteles labrados con sencillos motivos vegetales. El espíritu de Doña Mencía, primera abadesa del monasterio, vigila desde el descanso eterno la perfecta conservación de la bóveda de crucería; hoy restaurada por mano experta. Pero es el claustro monástico quien enmudece a la palabra... y al sonido de la cámara fotográfica.
Destacan sus columnas esquinares, labradas magistralmente y claramente más gruesas que las del resto del maravilloso conjunto columnario dual de las galerías. Abrazan sigilosamente los silencios del claustro, pues el tallador del medievo, ajustándose a los deseos del clérigo, dejó exentas de cual-quier iconografía fantasiosa que distraiga el rezo del cenobita. Alineadas a la perfección las encuentras. Su labra experta, pero sencilla, dotan al claustro del recogimiento necesario para no distraer la oración, como ya hemos descrito. Su diseño y sus perfecta lineas son para los más fieles del más grandioso estilo románico, aunque bastante tardío y con clara influencia del gótico, la auténtica simetría encargada por Dios.
En definitiva, no está de más que en la visita incluyas el as-censo al Cerro de la Horca, desde dicho lugar obtendrás unas excepcionales vistas de la zona. Una vez arriba, aguarda un momento en silencio, contén la respiración una y otra vez. Escucha el susurrar del viento y ahora suspira... e imagina la voz de la abadesa advirtiendo al ajusticiado... del poder otorgado sin duda solo por el hombre, para hacer justicia sobre el pecador... de pérfido comportamiento:
"Por privilegio titular de horca y cuchillo con jurisdicción civil y criminal sobre las once villas: San Andrés del Arroyo, Nestar, Perazancas, Alar, La Vid, Villavega, San Pedro de Moarves, Amayuelas de Ojeda y Santibañez. Justicia leo, justicia hago, justicia impongo sobre este rollo del que peca en tierra".
Fotografías propias previamente retocadas
Mi blog de fotografía:
http://miradaeneltiempo.blogspot.com.es/
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